Comentario
De cómo vinimos a desembarcar a Champoton
Pues vuelto a embarcar, e yendo por las derrotas pasadas (cuando lo de Francisco Hernández de Córdoba), en ocho días llegamos en el paraje del pueblo de Champoton, que fue donde nos desbarataron los indios de aquella provincia, como ya dicho tengo en el capítulo que dello habla; y como en aquella ensenada mengua mucho la mar, ancleamos los navíos una legua de tierra, y con todos los bateles desembarcamos la mitad de los soldados que allí íbamos, junto a las casas del pueblo, e los indios naturales dél y otros sus comarcanos se juntaron todos, como la otra vez cuando nos mataron sobre cincuenta y seis soldados y todos los más nos hirieron, según dicho tengo en el capítulo que dello habla; y a esta causa estaban muy ufanos y orgullosos, y bien armados a su usanza, que son: arcos, flechas, lanzas, rodelas, macanas y espadas de dos manos, y piedras con hondas, y armas de algodón, y trompetillas y atambores, y los más dellos pintadas las caras de negro, colorado y blanco; y puestos en concierto, esperando en la costa, para en llegando que llegásemos dar en nosotros; y como teníamos experiencia de la otra vez, llevábamos en los bateles unos falconetes, e íbamos apercibidos de ballestas y escopetas; y llegados a tierra, nos comenzaron a flechar y con las lanzas a dar a manteniente; y tal rociada nos dieron antes que llegásemos a tierra, que hirieron la mitad de nosotros, y desque hubimos saltado de los bateles les hicimos perder la furia a buenas estocadas y cuchilladas; porque, aunque nos flechaban a terreno, todos llevábamos armas de algodón; y todavía se sostuvieron buen rato peleando con nosotros, hasta que vino otra barcada de nuestros soldados, y les hicimos retraer a unas ciénagas junto al pueblo. En esta guerra mataron a Juan de Quiteria y a otros dos soldados, y al capitán Juan de Grijalva le dieron tres flechazos y aun le quebraron con un cobaco (que hay muchos en aquella costa) dos dientes, e hirieron sobre sesenta de los nuestros. Y desque vimos que todos los contrarios se habían huido, nos fuimos al pueblo, y se curaron los heridos y enterramos los muertos, y en todo el pueblo no hallamos persona ninguna, ni los que se habían retraído en las ciénagas, que ya se habían desgarrado; por manera que tenían alzadas sus haciendas. En aquellas escaramuzas prendimos tres indios, y el uno dellos parecía principal. Mandóles el capitán que fuesen a llamar al cacique de aquel pueblo, y les dio cuentas verdes y cascabeles para que los diesen, para que viniesen de paz; y asimismo a aquellos tres prisioneros se les hicieron muchos halagos y se les dieron cuentas porque fuesen sin miedo; y fueron y nunca volvieron; e creímos que el indio Julianillo e Melchorejo no les hubieran de decir lo que les fue mandado, sino al revés. Estuvimos en aquel pueblo cuatro días. Acuérdome que cuanto estábamos peleando en aquella escaramuza, que había allí unos prados algo pedregosos, e había langostas que cuando peleábamos saltaban y venían volando y nos daban en la cara, y como eran tantos flecheros y tiraban tanta flecha como granizos, que parecían eran langostas que volaban, y no nos rodelábamos, y la flecha que venía nos hería, y otras veces creíamos que era flecha, y eran langostas que venían volando: fue harto estorbo.